lunes, 29 de abril de 2013

El Parque de Ámbar

Aprovechamos esta nueva entrada para presentaros al cuarto habitante de la cabaña, es Túrin Turambar (véase el Señor de los Anillos), nuestro querido perro.


Ya habíamos hablado del pequeño jardín de arena japonés que habíamos hecho, pero no estaba acabado, aún nos quedaban cosas por hacer, como ponerle un nombre, ahora ya lo tiene, se llama el "Parque de Ámbar", ya os contaremos la razón de este bonito nombre. De hecho ni siquiera habíamos puesto la arena, pero ya cumplía sus funciones: era un buen lugar para meditar.


Decidimos que lo más inteligente era poner una tela antiraíces, así no habría que andar arrancando malas hierbas, y si llovía la arena no se colaría entre las maderas. Esta fue nuestra primera opción, pero el resultado no nos convenció, pues apenas rastrillamos la arena nos dimos cuenta de dos cosas: primero la arena se la llevaría el viento y segundo necesitábamos un rastrillo que realmente dejara un dibujo bonito, pues como veis en la foto el rastrillo tradicional no era el idóneo, así que teníamos que manufacturar uno de acorde a nuestras necesidades, puesto que los originales japoneses no estaban a nuestro alcance.



Nuestra segunda prueba fue con grava, pero el granulado era tan grande que no se dejaba dibujar. Esta opción tampoco nos servía, así que sacamos la grava e hicimos un marco blanco alrededor de la madera.

Para conseguir el material que necesitábamos fuimos a una cantera para ver la granulometría de la grava, porque lo que queríamos tenía que ser bastante específico; al final nos decantamos por lo que llaman arrocillo, y encargamos tres sacas para que tuviera suficiente profundidad y no se viera la tela de debajo.

Mientras esperábamos que nos trajeran las sacas le quisimos añadir otro elemento decorativo, queríamos cercar el espacio japonés que habíamos generado en mitad del pueblecito mediterráneo. Así que cortamos unos maderos, los afilamos y con una maza los clavamos alrededor.


Les hicimos un agujero a cada poste y les pasamos una cuerda, y para cuando vinieron las sacas de arrocillo teníamos un resultado increíble.


Como podéis ver en la foto, incluso conseguimos un pequeño buda para que contemplara el jardín de piedras.

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